jueves, 17 de febrero de 2011

El último sitio donde se te ocurriría mirar


Un consumado ladrón de diamantes sólo quería robar las joyas más exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compraventa de diamantes para “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.
Un día vio que un comerciante de diamantes muy conocido había comprado la joya con la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más prístino, el más puro de los diamantes. Pleno de alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se hizo con un asiento. Pasó tres días enteros intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó al final del trayecto sin haber sido capaz de dar con la gema, se sintió muy frustrado. Aunque era un ladrón consumado, y aun habiéndose empleado a fondo, no había conseguido dar con aquella pieza tan rara y preciosa.
El comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, éste sintió que no podía soportar por más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el mercader y le dijo:
-Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. Vi que había comprado aquel hermoso diamante y le seguí al tren. Aunque hice uso de todas las artes y habilidades de las que soy capaz, perfeccionadas a lo largo de muchos años, no pude encontrar la gema. Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.
El comerciante replicó:
-Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compraventa de diamantes y sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡En tu propio bolsillo!
A continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.

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