martes, 22 de febrero de 2011

El barquero inculto

















Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río, tomó una barca. Silente y sumiso. El barquero comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el firmamento y el joven preguntó al barquero:
-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
-No, señor –repuso el barquero.
Y el joven aseveró:
-Entonces, amigo mío, has perdido la cuarta parte de tu vida.
Pasados unos minutos, la barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las aguas del río. El joven preguntó al barquero:
-Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?
-No, señor, no sé nada de plantas.
-Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida –comento el petulante joven.
El barquero seguía remando apaciblemente. El sol del mediodía se reflejaba en las aguas del río. Entonces el joven dijo:
-Sin duda, barquero, y dado que llevas tantos años deslizándote por esta agua, sabrás algo sobre la naturaleza de la misma.
-No, señor. Nada sé al respecto. No sé nada de esta agua ni de otras.
-¡Oh, amigo! –exclamó el joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu vida.
Súbitamente, la barca comenzó a hacer aguas. No había forma de achicarla y se fue hundiendo. El barquero preguntó al joven:
-Señor, ¿sabes nadar?
-No –repuso el joven.
-Pues me temo, señor, que has perdido toda tu vida.

jueves, 17 de febrero de 2011

El último sitio donde se te ocurriría mirar


Un consumado ladrón de diamantes sólo quería robar las joyas más exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compraventa de diamantes para “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.
Un día vio que un comerciante de diamantes muy conocido había comprado la joya con la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más prístino, el más puro de los diamantes. Pleno de alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se hizo con un asiento. Pasó tres días enteros intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó al final del trayecto sin haber sido capaz de dar con la gema, se sintió muy frustrado. Aunque era un ladrón consumado, y aun habiéndose empleado a fondo, no había conseguido dar con aquella pieza tan rara y preciosa.
El comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, éste sintió que no podía soportar por más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el mercader y le dijo:
-Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. Vi que había comprado aquel hermoso diamante y le seguí al tren. Aunque hice uso de todas las artes y habilidades de las que soy capaz, perfeccionadas a lo largo de muchos años, no pude encontrar la gema. Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.
El comerciante replicó:
-Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compraventa de diamantes y sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡En tu propio bolsillo!
A continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.

viernes, 4 de febrero de 2011

Las dos olas


Dos olas, una pequeña y la otra grande, se desplazan por el mar. De repente, la ola más grande ve la tierra aproximándose y se inquieta. Grita a la ola más pequeña: “¡Oh, no! ¡Ahí delante las olas están rompiendo y deshaciéndose! ¡Vamos a morir!”. Pero, por algún motivo, la ola pequeña no se siente alterada. Entonces la ola grande trata de convencerla, sin resultado. Finalmente, la ola pequeña dice: “¿Qué dirías que hay ocho palabras, y que si realmente las comprendes y te las crees verás que no hay razón para temer?” La ola grande protesta, pero a medida que la tierra firme se aproxima se siente desesperada. Está dispuesta a probar cualquier cosa:”Vale, de acuerdo, dime las ocho palabras”. “Bien”, dice la ola pequeña. “Tú no eres la ola, eres el agua”.

Ram Dass

jueves, 3 de febrero de 2011

El león




















En una ocasión, un león se acercó a un lago para poder calmar su sed. Al ir a beber, vio su rostro reflejado en las claras y espejadas aguas del lago, y se dijo a sí mismo: “¡Vaya! Este lago debe de ser de este león. Debo tener mucho cuidado con él”. Y, atemorizado, se alejó. Como tenía mucha sed, regresó al cabo de un rato y allí vio, al ir a beber, otra vez al león, por lo que huyó antes de probar la apetecible agua. ¿Qué hacer? El día era muy caluroso y la sed lo asfixiaba. Lo intentó de nuevo y al ver el rostro del león, rugió, pero entonces el león del lago también lo hizo, sintió pavor y salió corriendo. Apretaba cada vez más el calor y la sed era insufrible. Lo intentó varias veces y sucedió lo mismo. Estaba desesperado y tanta sed tenía que se dijo: “Da igual si muero al beber el agua, pero ya no puedo más”. Se acercó al lago y en el mismo vio al león, pero sin poder contenerse, metió de golpe la cabeza en el agua para saciar su sed y entonces, ¡milagro!, el león había desaparecido.