miércoles, 29 de diciembre de 2010

El samurai y el maestro zen


Un soldado llamado Nobushige fue a ver a Hakuin (un gran maestro zen) y le preguntó:
-¿Existe de verdad el paraíso y el infierno?
-¿Quién eres tú? –le preguntó Hakuin.
-Soy un samurai –le respondió el guerrero.
-¿Tú, un soldado? –exclamó con sarcasmo Hakuin-. ¿A qué clase de gobernador podrías proteger? ¡Si tienes cara de mendigo!
Nobushige se sulfuró tanto que empezó a desenvainar la espada, pero Hakuin prosiguió:
-¡Ah, así que tienes una espada! Tu arma es probablemente demasiado mala como para cortarme la cabeza.
Y en el momento que Nobushige la desenvainó, Hakuin le hizo la siguiente observación:
-¡Ahora estás abriendo las puertas del infierno!
Al oír estas palabras el samurai, captando la disciplina del maestro, enfundó la espada y se inclinó ante él.
-¡Ahora estás abriendo las puertas del paraíso! –le dijo Hakuin.

sábado, 25 de diciembre de 2010

El propósito del koan


Ninguno de los 1700 koans del Zen
tiene otro propósito
que el de hacernos ver nuestro Rostro Original

Daito Kokushi

lunes, 20 de diciembre de 2010

Ver en nuestra naturaleza Vacía


«Ver en nuestra naturaleza Vacía, Ver en Nada, esto es el ver verdadero, esto es el ver eterno». Shen Hui

martes, 14 de diciembre de 2010

Una anécdota del Buddha


Aquel día, el “Venerado del mundo”, acompañado de innumerables discípulos, acudió al pico de la Asamblea de los Buitres, que domina la ciudad de Rajagriha. En esta montaña sagrada, el Buddha ya había impartido sus enseñanzas más elevadas, como el Sutra del Loto de la Buena Ley, los Sutra de la Sabiduría Trascendente, y otros sutra más, todos ellos considerados como la parte esotérica de sus instrucciones. Aquella vez permanecía en silencio. Todos respetaban su recogimiento, pero los discípulos, que, confusamente, adivinaban que pronto iba a abandonarles, esperaban el último mensaje. No obstante, Shakyamuni guardaba silencio. Tomó una flor del ramo que acababan de ofrcerle y, con toda calma, daba vueltas a su tallo entre sus dedos. Los discípulos, desconcertados, se miraban unos a otros, pero, de repente, uno de los más cercanos, Kashyapa, comprendió y respondió con una sonrisa a la sonrisa de su Maestro. Saliendo de su silencio, el Bienaventurado proclamó:
“Tengo en mi posesión el Ojo del Tesoro de la Verdadera Ley (Dharma), la inefable y sutil visión del nirvana que abre la puerta de la visión de lo sin-forma, no depende ni de los escritos ni de las palabras y se transmite fuera de toda doctrina. Este Tesoro lo entrego al gran Kashyapa”. Desde aquel día, Kashyapa fue llamado por todos Mahakashyapa (el gran Kashyapa); a la muerte del Buddha, le sucedió a la cabeza de la comunidad (Sangha).